martes, 26 de enero de 2016

 Solidaridad...venceremos? qué venceremos?


Se exige solidaridad al amigo, a la familia, a la pareja, a la sociedad, al gobierno, con lo cual pareciera que lo que se le demanda al o la susodicha en cuestión consiste en que aquél o aquellos se adhieran incondicionalmente a causas o intereses del solicitante, especialmente en aquellas situaciones que a éste le resultan difíciles de resolver de forma individual. Asimismo el solidario es aquel que muestra un sentimiento de compenetración con el otro, gracias al compartir metas u objetivos en común. 

Finalmente al solicitar solidaridad del otro lo que se pone en primer plano es la fortaleza, o no, del lazo social que les vincula. Sin embargo, tenemos un inolvidable ejemplo hacia finales de los 90´s donde la “solidaridad” fue la más perfecta patraña en el sexenio de Salinas. Entonces, también en nombre de la solidaridad se han tramado siniestras argucias, exigencias que rebasan lo absurdo. ¿Cómo es esto posible?  ¿son dos las posibles formas que adopta la solidaridad, una pone en relieve las virtudes más loables del ser humano y, en la otra lo que queda visible con toda nitidez es lo más nefasto de éste?

La solidaridad, por tratarse de un sentimiento que acerca a dos hasta lo más íntimo de sus existencias posibilita grandes alianzas, alianzas que van desde el caso de los dos hermanos que se solidarizan ante la tiranía paterna; de los amigos que ante las injusticias sociales se solidarizan con aquellos que resultan afectados; de los empleados que ante la tiranía del discurso mercantilista de la vida, solidarizándose, se organizan y alzan la voz; de los gobiernos que ante la catástrofe del vecino se solidarizan enviando compatriotas al lugar del desastre; de las sociedad toda que se solidariza consigo misma, haciendo de este mundo un mundo donde quepan varios mundos, como diría el Subcomandante Marcos.

No obstante, los hay quienes también en nombre de la solidaridad no hacen sino exterminar, abusar y/o imponer determinados cánones, he ahí los casos donde la solidaridad pareciera pervertirse, pues las razones que la sostienen ya no son las de “acercar”, dicho de otro modo, las de procurar la “intimidad” entre dos o más seres, sino por paradójico que parezca, no son otra cosa que una mera ansia de poder. Christlieb señala que el Poder es esa especie de facultad que no consiste precisamente en poder hacer lo que se desea sino en no permitir que el otro lo haga. Foucault resalta como los vínculos sociales adoptan las formas del poder o, mejor dicho, ¿será que el poder adopta las formas de las interacciones sociales?

La intimidad como aquello que estrecha la distancia entre dos reduciéndola a casi nula, según la teoría de la dinámica grupal, es un rasgo característico del grupo que está cohesionado, es decir, que en el sentido más elemental ésta es la que posibilita la existencia del mismo. Dicha intimidad, como se ha dicho, se logra por una especie de “solidaridad” entre sus miembros, pero ¿qué sucede cuando ésta solidaridad adopta la forma del poder? Es decir, ¿qué sucede cuando el vínculo social se vuelve un campo de batalla, donde las fuerzas que lo constituyen no cesan?

Todo lo erosiona el tiempo; absolutamente todo. En el caso del lazo social, existen dos formas por las que éste se desgasta, una es ineludible, se trata de aquella que tiene que ver con la existencia misma, es decir, con el tiempo; el transcurrir inexorable del tiempo. Sin embargo, esa corrosión, llamémosle “temporal”, del lazo no forzosamente lo desintegra, por el contrario, existe la posibilidad de que éste se reinvente, se reconstruya y así sucesivamente, éste es el caso de la mayoría de los hermanos, los amigos, los hijos y sus padres, los padres y sus hijos, los amantes, las sociedades y las naciones que siguen vivas con el paso de los años. ¿Cómo se logra? Porque se han solidarizado unos con otros, porque se saben y se sienten como aliados frente a las vicisitudes de la existencia misma.En cambio, cuando el poder ha usurpado o enmohecido a la solidaridad que se profesan los implicados, el vínculo no se desgasta por la inexorabilidad del tiempo, sino por asuntos meramente humanos, pues pareciera que, muy a pesar de la postura de aquellos optimistas que no ceden y construyen desmedidos cuentos con el fin exclusivo de negar la existencia de un dote de agresividad y tendencia a la violencia y sufrimiento a la que obedece la configuración humana, ésta simplemente lo constituye: la gana aniquiladora le constituye hasta el tuétano. Y es ello lo que también comanda la existencia misma del vínculo, en las ocasiones más desafortunadas, lo hace casi de modo autónomo y exclusivo, es ahí cuando la solidaridad vocifera sus retorcidas exigencias.

Esta retorcida solidaridad es la encarnación concreta de los demonios más perversos y ancestrales de la existencia humana, pues lo único que en realidad los comanda es esa primordial y fundamental gana de destrucción, de sometimiento, y de ansia de infringir y experimentar dolor. Por citar el caso concreto del grupo de dos, o sea la pareja, cada que uno de sus miembros, en nombre de la solidaridad, le exige al otro se transforme en otro ser en nombre del amor; cada que se le condiciona en nombre de la lealtad; cada que se le limita o coarta su libertad en nombre del respeto o la fidelidad; cada que se le exige exclusividad en nombre de la propiedad, estamos en presencia de esa retorcida solidaridad.

La solidaridad habita la dimensión de la libertad; sólo ahí puede surgir ese vínculo sólido e invencible que se teje gracias a la solidaridad que, a diferencia del condicionar autorreferenciado, consiste precisamente en ejercer una fuerza tal que le permita al otro hacer lo que desea, ya que es sabido que éste último por sí mismo, en ocasiones es incapaz de hacerlo y ello no necesariamente significa que dicho sujeto tenga un problema sino que se trata de un hecho real, nos guste o no, los seres humanos muy lejos estamos de la omnipotencia y más aún, es innegable que solos, como individuos aislados, no llegamos muy lejos, la solidaridad, en este sentido, es indispensable porque simplemente hay cosas en esta vida que sólo se resuelven de a o dos o más.